Mientras disfruto de un video de hermosos paisajes no puedo
evitar que mi mente sienta compasión por quienes no tienen la oportunidad de
disfrutar la realidad y se tienen que conformar con una pobre reproducción de la
experiencia.
La pandemia que sufrimos nos encerró, muchos no podemos
disfrutar de largos paseos o viajes a destinos lejanos, ni podemos disfrutar de
las reuniones sociales con libertad, ojalá en su momento hayamos disfrutado de
esos placeres tan gratificantes.
El motivo de mi inquietud es ese grupo de personas que no se
han dado el permiso para gozarse la vida de dicha forma.
Hoy muchos jóvenes se deben conformar con una reunión en
Discord o con ver los videos de los viajes de Luisito comunica, convirtiendo a
la pantalla, de un dispositivo cualquiera, en su única ventana al mundo donde
vivimos.
Con el agravante de vivir una situación que se aleja de la
realidad. Los viajes tienen momentos aburridos, momentos intensos, situaciones
complicadas que retan el ingenio, momentos de temor. La vida en la pantalla es
de: esto no me gusta, cambio. Y también es de “ya me aburrí, cambio”. Una vida
de pantalla ligera y cómoda, sin mayores desafíos, y que se vuelve una
adicción.
Las ideas que los libros se toman horas en comunicar se ven
sustituidos por videos de pocos segundos que dan la falsa sensación de
volvernos expertos en un tema.
En fin, así son las cosas. No quiero que parezca que creo
que todo tiempo pasado fue mejor, solo creo que estamos cayendo en una trampa
de superficialidad virtual, cuyas consecuencias no puedo prever, pero que
estimo no son alentadoras.