Ya desconsolado me senté en la grada de la puerta de la casa. Tanto esperar y no llegabas. Dentro todo estaba listo para recibirte. Los mejores adornos, todas las luces encendidas, la música que sabía te habría de gustar…
Pero me canse de esperar de pie y debí sentarme.
Por momentos la desesperación y la angustia me hicieron su presa. ¿Y si nunca vienes? ¿Qué voy a hacer con el baúl llenos de sueños e ilusiones que está en la habitación principal?
Ninguno de los vecinos esta en su puerta ya. Están celebrando con sus mejores galas y por todos lados se oyen los tronidos de cuando destapan las botellas de champan. Mientras aquí todo es soledad.
Decidi bajar la mirada para que no me delatara. La envidia y la impotencia, evidente en mis lágrimas, podían ofender a quienes no lo merecían.
Casi siete años… casi el caos total.
De improviso, cuando ya casi decidía, resignado, retirarme y retirar todo y a todos, llegaste. Como si nada hubiese pasado antes, como si el mundo no hubiera existido le diste sentido a una nueva existencia para mi.
Tomaste posesión de todo y llenaste completamente los espacios vacios.
De eso hace ya 17 dichosos años, hija mía.
Te amo.
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