Mi afición favorita es leer. Sencillamente me resulta agradable.
Pero, por principio, no creo en hacer las cosas sólo porque sí, sin una justificación racional y heme aquí intentando justificar ante mi mismo, mi bendita pasión por la lectura.
En primer lugar leo porque me apasiona descubrir, disfruto aprender.
Hace unos días, mientras recorría la costa del Africa a bordo de un barco de vapor iba descubriendo como algunos europeos cometían muchos abusos contra los nativos y mostraban una cara muy diferente a la que presentan hoy como cooperantes. Joseph Conrad me enseñó, mas tarde, las bajezas que el ser humano puede cometer cuando lo ciega la avaricia.
A mediados del año pasado descubrí que la luz de las estrellas no llega a nosotros en linea recta, porque la gravedad de los planetas altera su rumbo. Ahora resulta que la estrella que guía mi camino no está donde siempre la he visto, sino que está en otro lado que ignoro.
De la mano de Lectores Chapines conocí a un joven que desarrolló una inteligencia superior gracias a los avances de la ciencia y sufrí, junto a él, cuando la poderosa medicina perdió su efecto y regresó a su anterior estado de idiotez.
Conozco la India y sus problemas de castas, se de los montes nevados de Japón gracias a Yasunari Kawabata y sufrí los incomodos calores de Cartagena por los relatos de Gabriel Garcia Marquez, quién también me contó sobre la puntualidad de los tiburones.
Detenidamente Ken Follet se tomó la molestia de mostrarme como vivían los seres humanos en Europa durante la Edad Media y me pareció interesante conocer que las personas no tenían mas de dos mudadas de ropa para un año. Cuando relacioné el hecho con la posterior Revolución Industrial fui capaz de comprender muchas cosas mas.
El mundo es mucho más que lo que mis sentidos perciben, la realidad es mas extensa y gracias a la lectura descubro mas de mi mundo.
En primera instancia, leo por lo que descubro.
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