Max nació en un pequeño poblado
de la provincia, en la calurosa costa del pacifico guatemalteco. Su padre lo
abandonó al año de nacido. Creció con su madre y su hermana mayor. Tuvo la
fortuna de contar con el apoyo de toda la sociedad para su educación y
aprovechó hasta donde pudo al graduarse, sin honores, de perito contador.
Al casarse su hermana se quedó a
vivir con su madre quien sobrevivía vendiendo fruta en los
buses de transporte
urbano.
A los diecinueve años se trasladó
a la capital del país, a la casa de su cuñado, porque había logrado ingresar a
la universidad estatal para estudiar auditoría; sin intuir que la persecución
de su sueño iba a derivar en desgracia.
Al pequeño Max su madre y hermana
siempre le cumplieron sus deseos, en la medida del contexto donde crecieron. Le
dieron mucho, mucho amor y Doña Goyita siempre le insistió a Lorena que debía
velar por el bienestar de su hermanito. Max captaba toda la ternura que esas
dos mujeres eran capaces de sentir. El amor por él rebalsaba todo el espacio
disponible en ambos corazones.
Max, o Mashito como le decían sus
familiares, no extrañó la ausencia de su papá, pues lo único que le faltó de él
es algo que no podía añorar, pues nunca lo conoció, los valores que transmite
un papá.
Fue durante el bautizo de
bienvenida cuando el infierno se abrió, de la mano de una hermosa jovencita con
un tatuaje en la muñeca izquierda y un coqueto piercing en la ceja derecha.
-Prueba, sólo un toque para
quitar el frío- le dijo mientras le extendió un extraño cigarrillo, de extraño
olor – es de los que dan risa.
Narrar el derrumbe de Max es
mucho hablar por muy poco que decir. Una cosa llevó a la otra y al poco tiempo
estaba de regreso en la provincia porque, a pesar del encubrimiento de Lorena
que se esforzaba por ocultar los abusos y robos de su hermano, el cuñado ya no
lo aguantó más y lo sacó de su casa.
Me enteré de la vida Max porque
mi madre, con ese corazón generoso que la caracteriza, ayudaba a Doña Goyita
pagándole por tareas innecesarias y mandados sin sentido pues ella siempre
andaba urgida de dinero por las crecientes exigencias de su hijo.
Me contó mi madre, unos días
después de la muerte de Max, que si ella no le entregaba por lo menos un
octavito a su hijo, este reaccionaba con lujo de violencia contra ella. Tal era
el temor que el ingrato ejercía sobre su madre que ella se veía urgida a pedir
prestado, limosna o vender los pocos enseres de su casa para cumplir sus
necesidades de droga y alcohol.
La tragedia me golpeo y dejó
muchas dudas: ¿hasta dónde debe llegar el amor para proteger y ocultar la
realidad? ¿Qué tanto más vale la felicidad ajena a costa de la propia?
Ocultar la mediocridad y maldad
de los seres queridos en pequeños actos ¿hasta dónde nos puede llevar?
¿Puede “mucho amor” ser “malo”?
1 comentario:
Pues, si la definición se basa en el egocentrismo, el amor puede ser muy peligroso. No obstante, si el amor se basa en procurar el bienestar de quien se aprecia, esto, bien podría resultar en hacer algo desagradable para la persona a quien se ama, pero que finalmente resultará en su bienestar. Ejemplo: A mis hijos no les gustan las vacunas.
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