lunes, 3 de noviembre de 2008

Club de intelectuales

Me atrae la atención observar el culto que se le rinde a ciertos ciudadanos, y a ciertas ciudadanas, guatemaltecos elevándolos a la categoría de “intelectuales”, porque no encuentro merito suficiente, en sus logros y aportes individuales, para merecer el título.

Lo que si advierto son algunas similitudes que presentan dichas personas, y deseo enumerarlas:

No exhiben ningún aporte individual, únicamente se dedican a reciclar ideas políticamente correctas que recibirán el entusiasta respaldo de sus iguales. (Iguales en ideas y en logros).

Tienden a formar grupos para apoyarse mutuamente, lo que les permite obtener espacios en los medios para difundir su campaña de promoción personal. Ayúdame que yo te ayudaré, es la promesa implícita en esta asociación voluntaria. Es muy común que utilicen la figura de ONG para estos propósitos y tienen mucho cuidado de plantear propuestas que sean bien vistas por los organismos internacionales que estén dispuestos a donar fondos para sus causas personales.

Regularmente son egresados de universidades e institutos que tienen su sede fuera de Guatemala. Los contactos, con las personas y las ideas, que obtuvieron durante su experiencia académica favorecen su imagen de “estudiados”.

Son entusiastas para distribuir lo que no les pertenece, generosos para regalar la propiedad de otros, voluntariosos para comprometer a otros en beneficio propio y de terceros.

No son consecuentes con los resultados de sus propuestas, pues únicamente les interesa satisfacer sus intereses personales de corto plazo. Siendo éste su pecado capital, porque la capacidad intelectual de un ser humano se evidencia por su capacidad de pensar en términos de largo plazo.

Por último, un rasgo que permite reconocerlos es que abrazan causas que son populares y bien vistas. Defienden al pobre, al marginado, a las mujeres, a los ancianos y critican fuertemente al “poder económico”.

Vale la pena preguntarnos si es este el tipo de líder intelectual que necesitamos y valorarlo con justicia, tomando en cuenta, para ello, sus logros individuales y su ética personal. Sin utilizar las diferenciaciones por género, raza, edad o cultura que carecen de significado para este propósito.

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