martes, 8 de marzo de 2011

Genes are

Adrian siempre fue un padre amoroso, aún antes de nacer sus hijos, ya los amaba y esperaba con ansia. Yaaron fue su primogénito y compartieron con mucha alegría las diferentes etapas, de la vida de ambos, en familia. Al principio solía salir a pasear con su bebe en brazos y en la pubertad del niño aún realizaban caminatas, por el solo placer de disfrutar su mutua compañía.

La admiración de Yaaron por su papá era evidente, no apartaba la vista de él y lo escuchaba con fascinación. La palabra de Adrian era final y los por qués y las contradicciones no existían en su relación. Hellen disfrutaba mucho la relación entre su esposo y su hijo, porque amaba a ambos.

Adrian estaba convencido del valor de una buena educación para el futuro de su vástago, lo inscribió en los mejores colegios que pudo pagar y asistía, en compañía del niño a debates y eventos culturales que ampliaran el campo de visión del pequeño.

La llegada de la adolescencia y la aparición de nuevos intereses ocasionó importantes cambios en el carácter de Yaaron al punto de disminuir la fascinación que sentía por su padre pues debía, naturalmente, reforzar su propia personalidad a partir de la concepción de sus propias ideas.

Un sábado por la noche, después de una larga revisión de cuentas con Hellen, Adrian no estaba precisamente de buen humor debido a las presiones económicas que tiene toda familia y, por un motivo tan trivial que ni vale la pena mencionar, terminó enredado en una amarga discusión con Yaaron. Nunca antes Yaaron había discutido con su padre, ni una sola vez habían tenido una diferencia de criterio significativa para ambos y Adrian estaba muy contrariado por el disgusto que le ocasionó su hijo. Fue una simple diferencia de opinión, pero para Adrian fue el fin del mundo, era algo inaceptable y terminó echando de la casa a su hijo. No sirvieron de nada los ruegos de Hellen, ni la cara de angustia del asustado Yaaron, que a sus escasos dieciséis años veía como su vida de destrozaba en pedazos, irremediablemente.

Veinte años después, Adrian por fin logra propiciar un encuentro con su hijo.

En el rostro de Adrian no hay ni la mínima muestra de arrepentimiento por su drástica decisión de años atrás. Pero está convencido de su amor por Yaaron y desea un acercamiento.

Para Yaaron los momentos y los años difíciles ya han pasado, ha logrado un satisfactorio nivel intelectual y de vida gracias a su esfuerzo individual. Una agradable paz se refleja en su mirada, seguramente producto de un orgullo sano y merecido.

–Soy tu padre – dijo Adrian en voz alta.

–No tengo –replicó Yaaron – el uso de razón me dejó sin él.

–¿Cómo te atreves a negarme? – le reclamo con energía Adrian.

Yaaron lo ignoró y siguió su camino, un poco encorvado por el peso de una réplica de la Venus de Milo que llevaba en los brazos.

1 comentario:

Gustavo Solano dijo...

Interesante, uno de mis hijos se llama Adrian. Parece que es una porción de algún libro. Espero en Dios tener sabiduría para educar a mis hijos...