martes, 21 de julio de 2009

Martillar con el corazón

Don Manuel es el mecánico que repara los vehículos de mi familia, su apariencia no se diferencia de la del resto de mecánicos que conozco; pero si marca una diferencia la pasión y vocación con que vive su trabajo. Es impresionante verlo trabajar, el detalle con que revisa cada pieza, el orden mental con que desarma y rearma los vehículos que repara. Conversar con él, es un valor agregado al servicio que presta, se desplaza hablando de Alfred Adler y sus teorías con tanta facilidad como detecta el “fallón” del motor con solo aplicar el oído.
Es un tipo como cualquiera, sin nada de común, ni de corriente, y se diferencia del montón por la pasión con se dedica a su trabajo, pasión que se evidencia, con mas acento, en la calidad de los resultados que obtiene y la consiguiente confianza de sus fieles clientes.
Contrario al servicio de mi buen amigo el mecánico, recuerdo la atención que nos proporcionó una nutricionista cuando, con preocupación de padres primerizos, llevamos a mi hija mayor a consulta para verificar su peso y salud. Con premura y delegando en su secretaria la labor de evaluación nos mal atendió e invitó a jamás regresar a su consultorio. Evidenció que carecía de interés y pasión por realizar bien su trabajo. Un bonito consultorio y equipo sofisticado eran sus únicas posesiones, ignoro si le bastaron para mantener una clientela pues nunca mas supe, ni quise saber, de ella y del exagerado cobro que nos hizo.
La pasión con la que enfrentan su vida es la diferencia entre uno y otro, no la educación formal universitaria o el capital invertido en decorar el negocio. Es la misma pasión que a unos los conduce a ser intrépidos aventureros, al poeta a escribir los mas bonitos versos o a la madre a cuidar a sus hijos, en la intimidad del hogar, con el mas sentido amor.
La pasión es una marca que se lleva en la frente para que todos la vean; se aplican a todo o a nada de lo que se hace. Nos identificamos por nuestra pasión o por nuestra falta de ella e imprimimos este sello en nuestras conversaciones, en nuestro trabajo y en nuestra forma de amar.
Esa pasión provoca reacciones, deseadas algunas y otras no, pero desapercibida no podrá pasar.
El apasionado, es aquel que cuando de meter un clavo se trata, usa el corazón para martillarlo si es necesario, la actividad mas banal es excusa para lucir su interés por completar un trabajo con impresionantes resultados.
La pasión debe estar limitada por la razón, para convertirse en una razón apasionada que busque propósitos nobles sin menoscabar el bienestar de nadie y buscar el beneficio común.
En todos lados encontramos apasionados e indiferentes y hay profesiones para todos. Será difícil encontrar un burócrata apasionado por su trabajo y será también difícil encontrar a un empresario indiferente.
El apasionado es un soñador nato, sueña con la hermosa dama que comparte su asiento en el transporte público, sueña construyendo castillos en el aire que posteriormente se afana por hacer realidad.
El mundo de hoy y el de mañana es de quienes hacen de soñar un hábito y de la pasión una forma de vida.

1 comentario:

Gary dijo...

¡Ciertísimo!
Y después la gente se queja de que le va mal... si tan solo hicieran las cosas con alegría.