martes, 14 de junio de 2011

Las hojas


Ya hace casi un año que cometieron el asesinato y aún no logró superar la inquietud que me provoca, quizá sea solo mi curiosidad femenina, pero no logro evitar pensar en él. Realmente no fue un crimen muy violento, la víctima tenía un golpe en la nuca, uno solo. Certero y fatal. Cuando llegué a la escena del crimen el cadáver yacía al frente de la vieja y descuidada iglesia, boca abajo. Ni una sola gota de sangre se pudo encontrar sobre la inmaculada nieve. La fuerte nevada de la noche anterior había borrado las huellas del verdugo.

No hemos podido hallar el arma homicida, quizá ese sea el vínculo que nos lleve, por fin, a confirmar quien es el asesino.

El problema estriba en que debemos elegir a uno de los tres sospechosos de terminar con la vida del párroco de la pequeña y deteriorada iglesia de San Juan Calafeo. Los motivos de todos ellos están confirmados, los tres carecen de coartada y los tres dispusieron de ocasión para cometer el crimen. El arma, insisto, tiene que ser la clave.

El primero de ellos es un seminarista larguirucho, de mirada esquiva, que fue víctima de abuso sexual de parte del sacerdote. No se logró comprobar donde se encontraba al momento del asesinato y un taxista asegura haberlo visto rondando la iglesia la noche anterior al aparecimiento del cadáver.

La segunda sospechosa es una joven mujer, que no alcanza los treinta años, con el color y corte de pelo de Jennifer Aniston. Ella me parece la más probable autora del delito, pues esa hermosa sonrisa y los adorables hoyuelos que se le forman en las mejillas, no pueden ser otra cosa que la confirmación de su intención de ocultar algo. Ella también tiene un poderoso motivo ya que recién se descubrió que es hija ilegitima del cura muerto. El rencor es grave, pues cuando el padre se enteró que la mucama estaba embarazada, la echo a la calle sin importar las consecuencias para una mujer que de la nada resulta preñada de un fantasma.

El último posible homicida es el sacristán que, constante y públicamente, era humillado por su patrón terrenal. Además es de todos sabida la amistad entre este y la hija del cura.

Recuerdo claramente la escena del crimen y si no la recordara, sería muy fácil reconstruirla porque desde entonces la capilla está en completo abandono. Bueno, desde antes ya casi estaba abandonada por fieles que conocían las debilidades de su párroco. Por eso la iglesia presenta una imagen tan deteriorada. El repello ya se había desprendido de muchas partes de la pared, la pintura ya no lucía su mejor color y hasta algunos de los canales que recolectaban el agua de lluvia, están desprendidos colgando a la par de la puerta de la sacristía.

El invierno esta pronto a llegar y estos últimos días de otoño, cuando las hojas caídas de los arboles revolotean por todas partes, decidí venir a darle una última mirada al lugar donde terminaron los días del infame cura. Toda la evidencia estaba donde debía, pero nada encajaba con cualquier intento de resolución del misterio.

Estaba ensimismada en mis reflexiones cuando se acerco a mí el jardinero del lugar. Un hombre entrado en años, carente de particularidades que llamen la atención, un simple jardinero de sombrero y manos gruesas. Ya lo conocía de antes porque estaba presente el día de las indagaciones iniciales.

—Yo se quién mató al padre — me dijo sin ningún preámbulo.

— ¿Cómo así? Explíquese por favor

—Fue Dios quien lo mató.

—Aahh?

—Asi como lo oye fue Dios. Pero permítame explicárselo con detalle.

—Por favor

—Fíjese que cuando los fieles se enteraron de los pecados tan graves que cometió el padrecito abandonaron la parroquia, fue muy rápido, de la noche a la mañana todos se enteraron de la mala fama del prelado y ya nadie se asomo. Eso fue hace tres años. El cura de pronto se vió abandonado también por sus iguales. Al principio hizo esfuerzos por restablecer su honorabilidad, pero fueron vanos. Poco a poco se fue abandonando y el descuido se hizo mas visible en el deterioro de su pequeña iglesia. El primer año lo visité con alguna frecuencia para hacerle el mantenimiento a los jardines, aún había fondos para pagar por mis servicios; pero el siguiente año ya no era prioridad y me vi obligado a buscar otro trabajo.

Mas la hierba crece, el avance la naturaleza no se detiene. El otoño del año pasado los arboles botaron las hojas y no hubo quien las recogiera. Las hojas se acumularon por todas partes, los canales y las bajadas de agua pronto se vieron colmados de una espesa capa que impedía su funcionamiento. Con la llegada del invierno, el colapso del sistema era previsible. La noche de su muerte el padre salió a conseguir un poco de comida, que quizá algún alma caritativa le proporcionara. Últimamente las finanzas iban tan mal que ni para el mínimo sustento le alcanzaba y se veía obligado a mendigar. La vergüenza y la pobreza dominaron su cuerpo, caminaba agachado para no ver y que no lo vieran.

Como le decía —continuó, como disculpándose por divagar en su relato — la noche de su muerte salió y al somatar la puerta, que está levemente caída y necesita un fuerte golpe para cerrarse, se desprendió un extremo del canal, que ya no soportaba el peso de la nieve y las hojas alli acumuladas, lo golpeo en la nuca y quedó colgando donde usted aún lo puede ver. Creo que Dios lo castigó de esa forma por todos sus pecados.

— ¿O seré yo el culpable por no limpiar a tiempo?

1 comentario:

Milagros Nufio dijo...

Me deje llevar por la lectura y pense pero me di una carcajada cuando vi el final, me gusto muchisimo, adelante exitos.