Estos últimos días del año presentan unos paisajes hermosos en el cielo de la ciudad. Las montañas que nos rodean, el cielo, las nubes y el sol se presentan en hermosas combinaciones al atardecer que no son tan comunes el resto del año.
Para verlas y disfrutarlas existe un requisito indispensable, debemos levantar la vista.
Elevar la mirada de nuestras preocupaciones diarias. Que la crisis, que los gastos de fin de año, que los problemas políticos. Elevar la vista de las malas noticias que llenan las hojas de los periódicos.
Lo mejor sería mantener así la mirada, elevada, orientada al largo plazo. Soñando en grande y no apartar nuestros ojos de esa visión. Comprometernos en la realización de nuestras ambiciones, dando la cara al día a día, si desviar nuestra atención de nuestro anhelo.
Mantener nuestra vista clavada en el suelo, con el pretexto de ser realistas, no nos conduce a ningún puerto seguro. Al no saber a donde vamos nos mantendremos en la vida, dando vueltas en el mismo lugar, lamentando, año tras año, las mismas derrotas.
Al elevar la vista y mantenerla así, clavada en el lejano horizonte, le podemos imprimir un sentido de propósito a nuestra vida que, llegado el momento de partir, nos dará valor para emprender el viaje final.
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