Cada vez que he celebrado el nacimiento de un hijo, lo he celebrado llorando. Llorando largamente de alegría. Que rico. De recordarme me dan ganas de repetirlo.
Cuando he tenido un amargo disgusto, también he llorado. Me ha servido de desahogo, muchas veces ha calmado la sensación de impotencia por no poder cambiar las cosas.
Un dolor, un susto. Lloro y después olvido. No son lágrimas de cobarde, son lágrimas que buscan un alivio, porque necesito seguir adelante y ese peso me impide avanzar.
No entiendo por qué la civilización machista condena las lagrimas varoniles.
Son naturales y la mayor parte ellas son muy sinceras.
Se que no debo generalizar, pero cuando veo llorar a una mujer desconfío porque no se que le pasa.
No se si su llanto es real o no lo es.
Pero las lágrimas de un hombre, no las lágrimas de un mequetrefe, me conmueven. Tal ves porque son menos frecuentes que las de las mujeres, tal vez porque cuando un hombre llora lo hace a pesar de la sociedad que lo condena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario